Hay ilusiones que nos mantienen vivos. Todos tenemos una.

sábado, 30 de enero de 2016

ME REÍ.

Me río desde que tengo uso de razón. Por todo, de todo. Desde chica supe, o no lo sabía pero me salía así, que la mayor virtud que alguien puede tener es el sentido del humor. Reírse siempre, a pesar de todo. Reírse de uno mismo, de las situaciones más insólitas, de los momentos más incómodos y tristes, de las pruebas más difíciles. Puedo estar triste, preocupada o de mal humor. Pero me dura instantes, porque enseguida se me escapa una carcajada.
Todavía lo soy en parte pero, cuando era chica, era mucho peor: era anti-social. No porque no me gustara relacionarme con la gente, sino porque me daba terror el rechazo, el qué dirán, el sentirme menos que los demás. Era muy inteligente, amaba ir a la escuela y sentarme a estudiar; pero me iba al otro extremo. Casi ni salía a los recreos, me quedaba encerrada en el salón haciendo la tarea del día siguiente. Al principio creía que era por eso, por mi amor al estudio; pero años después comprendí que prefería quedarme sentada escribiendo porque en el patio nadie quería jugar conmigo. Quizás porque no le dirigía la palabra a nadie (repito, por vergüenza), porque las pocas veces que he salido a jugar, se han acercado a la hamaca donde me encontraba para preguntarme "¿Vos qué sos, un nene o una nena?". Resulta que no me crecía el pelo, tenía el cabello demasiado corto, y lleno de rulitos. Y ni hablar de cuando llegaba el día de la foto escolar, nunca quería ir! Pero me obligaban. Rompí todas las fotos, una por una, año tras año. Pero ME REÍ.
Elegía reírme quizás también porque en las clases de gimnasia, era siempre la última que elegían para armar los grupos de voley o handball (nunca me gustaron los deportes ni fui buena en ellos). También recuerdo que las contadas veces que salía al recreo, me lo pasaba encerrada en el baño hasta que sonaba el timbre porque me daba vergüenza estar sentada sola, cuando todos jugaban con alguien.
Y, aunque me reía, quise revertir esa situación eh, me esforzaba, le ponía garra. Un día, llamé a una compañerita para invitarla a jugar a casa; ella me dijo "hoy no puedo, en un rato tengo que ir al centro con mi mamá". Digamos que mucho no le creí, y al rato volví a llamarla, cambiando la voz y haciéndome pasar por otra compañera. Saben qué me contestó? "Bueno, dale! Ahora termino de comer y mi mamá me lleva". Y, una vez más, ME REÍ.
ME REÍ cuando en mis cumpleaños veía que las agujas del reloj avanzaban, y no venía nadie. Y esas situaciones de recreos, de intentos frustrados de hacer amigas, de tener vergüenza de mí misma y de sentirme prácticamente la persona más fea del planeta Tierra, se repetían a diario. Y cada año.
ME REÍ en primer grado, cuando se había incorporado una nueva compañera que se sentó adelante mío, y un misterioso día alguien decidió cortarle la campera. Yo me sentaba detrás, por lo que me echaron la culpa a mí. Al día siguiente, vino la directora al aula con un sermón tipo "...y para haberle cortado la campera tejida, tiene que haber sido una tijera muuuy filosa. A ver, muestren sus tijeras, cada uno levante sus tijeras para que podamos verlas". En ese momento, todos tenían la famosa tijera de Mickey Mouse, casi toda de plástico, con mango negro y la cara del ratoncito. Resulta que esa tijera no cortaba ni un papel glacé. La mía? Adivinen. Mi mamá (exagerada siempre) hacía una semana atrás, me había comprado una súper tijera con un filo impresionante que te cortaba hasta el sida. Yo calculo que no me trajo unas tijeras de podar porque no me iban a entrar en la mochila. Imagínense! Me dio tanto terror, y me dí cuenta de que si yo mostraba mis tijeras iban a pensar que había sido yo, que decidí decir que me las había olvidado. A ver si vuelven a adivinar... La persona que le había cortado la campera a mi compañera, la había dejado enganchada ahí mismo. El resto podrán imaginárselo. Y saben qué? ME REÍ.
ME REÍ cada vez que mi hermana se aliaba con sus amigas, con mi prima y hasta con mis compañeras que de vez en cuando accedían a venir a casa (quizás por lástima o porque sus viejos las obligaban), para decirme fea, gorda, varón o lo que fuere. Inclusive me decían que yo no me llamaba Romina, que me llamaba Ramón, y me hacían canciones burlándose. Y ME REÍ.
ME REÍ cuando intenté hacer mi primer piyama party, y de las 10 compañeras que invité, vino una sola (por supuesto, amiga de mi hermana, no mía).
ME REÍ en mi pre-adolescencia, cuando todas se contaban a quién se habían chapado, y yo estaba igual de cerca a un beso que Polino a la barrabrava de Temperley.
ME REÍ cuando ya siendo adolescente, y a raíz de justamente nunca haberme visto con alguien, empezaron a inventar que era lesbiana, y me gritaban torta y demás cosas señalándome por la calle; hasta las poquísimas personas que había empezado a considerar "amigas". Y ME REÍ, me reí mucho.
Después empecé a perder (muy de a poco) la timidez, me puse de novia, me hablaba con mis compañeros y mostraba (también, muy de a poco) cómo era realmente. La realidad es esta: me encanta hablar, hablo todo el tiempo, a veces hasta casi ni paro. Pero en esos momentos, y desde que era chica, me lo guardaba. Ahora me pasé al otro bando, quizás estoy desembuchando todo lo que me callé tanto tiempo. Pero como yo siempre triunfo en la vida (?), cuando mejor me empecé a llevar con mis compañeros, resulta que terminé 9no año y empecé el polimodal, en otro colegio, con otra gente (no muy buena) que se conocía desde jardín de infantes e, imagínense... Era volver a pasar oooootra vez por todo lo mismo. ESA VEZ NO ME REÍ. Esa vez la pasé feo, pasé de ser el mejor promedio del aula a llevarme 4 materias, escaparme de la escuela, bajarme del bondi que me llevaba para caminar dos cuadras y tomarme otro para volver. Quise abandonar, pensé muchas veces en dejar el colegio. Engordé 15 kilos y desde ese entonces... subo, bajo, subo, bajo; y van quedando toooodas las marcas y consecuencias físicas horribles en el cuerpo que tanto nos avergüenzan a las minas... Pero INTENTÉ REÍRME a pesar de todo, y seguí.
Seguí riéndome después, frente a cada tropezón y fundamentalmente frente a cada caída, que tampoco voy a entrar en detalles porque ya cansé con todo este relato que a nadie le interesa.
Pero, la última vez que me reí, fue hace unos días; cuando fui a dormir y me desperté en un sanatorio, atada a una cama y con pañales. Por una hipoglucemia que me provocó convulsiones y luego me dejó inconsciente, y también logró que me hicieran desde un análisis de VIH hasta una punción lumbar. 6 días internada, con sueros infiltrados, venas explotadas, dolores de cabeza y demás. Pero, volvamos a lo más humillante: POR QUÉ PAÑALES? Y cuando digo PAÑALES no se imaginen unos tiernos Huggies o Pampers, a mí me pusieron uno en blanco y negro; de esos que en los paquetes tienen la foto de una vieja sentada en una mecedora y mirando por una ventana. ¿Por qué? 23 años tengo, ¿había necesidad? Gente, enfermeros, médicos, HIJOS DE PUTA: había otras opciones! Te queda la dignidad en la reconcha de tu madre. Pero bueno, TAMBIÉN ME REÍ.
Y ésa es la clave de todo: REÍRSE. Si tenés un problema, reíte. Si te enfermás, reíte. Si te rompen el corazón, reíte. Si pasás vergüenza, reíte. Si pensás que nada puede salir peor, reíte. Porque sí, siempre puede salir peor; pero si enfrentás todo con una hermosa sonrisa, NUNCA TE VAN A VENCER.

♪.. Tristeza, no te tengo miedoTristeza…¿vos y cuántos más?


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