Hay ilusiones que nos mantienen vivos. Todos tenemos una.

domingo, 14 de julio de 2013

Descafeinado

Se sentó en su sillón de cada jueves por la mañana y tomó la carta con sus manos cansadas de monotonía, aunque en su mente ya degustaba el café descafeinado con una cucharadita y media de azúcar. Observó el reloj, y cuando el minutero acarició el número 6, ordenó su pedido.
Tranquilo y con calma, como cada jueves, disfrutó del aroma de aquel pocillo; lo revolvió seis veces hacia la derecha y dos hacia la izquierda, y bebió el primer trago.
Algo estaba fuera de su lugar. Algo era distinto. Los vidrios empañados no le dejaban ver más allá de la cuadra que conocía como la palma de su mano, pero aún así, fruncía su ceño intentando percibir los sonidos del exterior. Una suave voz lo interrumpió:
- ¿Desea algo más, señor?-
Y fue justo en ese instante cuando todo el mundo que conocía, que hasta ese jueves conocía, se derrumbó. Sus esquemas rutinarios pendían de un hilo, desprendiéndose uno a uno, dejando sólo una huella difusa.
Levantó la vista y se encontró con la más exquisita sonrisa que jamás había visto. Unos ojos negros que lo enmudecían, un cabello largo, rojizo y suelto por encima de sus hombros, unas pestañas increíblemente doradas.
Titubeando, sólo titubeando, logró decir -No, eh... no, no. Nada más. Gracias.
La mujer giró 180° y siguió con su trabajo, mientras él dejaba enfriarse los 3/4 de café que aún quedaba y se dirigía hacia la barra de aquel bar.
- Disculpe buen hombre, me podría decir el nombre de la nueva empleada?
- Cuál nueva empleada? No hay ninguna nueva empleada.
- Claro que sí, la mujer de cabello rojizo y pestañas doradas.
- Ella lleva años trabajando aquí, señor.
- Eso es imposible, nunca la he visto.
- Nunca la ha visto, debido a que lo primero que usted hace al ingresar al bar a las 8 de la mañana, es buscar el mismo asiento de cada Jueves, leer la carta, esperar que sean las 8:30, ordenar un café descafeinado y agregarle una cucharada y media de azúcar. Luego lo revuelve un número estratégico de veces y se queda el resto de la mañana mirando por la ventana, esperando el regreso de alguien que nunca va a volver. Nunca la ha visto, porque jamás se permitió escuchar la voz de aquella mujer que cada Jueves a las 8:30 le preguntaba si necesitaba algo. Nunca la ha visto, porque se ha refugiado en su monotonía, con esa tremenda incapacidad de aceptar lo que ha ocurrido. Nunca la ha visto ni tampoco la ha escuchado, pero ella elegía atender cada jueves una mesa que no le correspondía, con la ilusión de escuchar un pedido diferente. No un café descafeinado, no un diario, no un sobre de edulcorante. Ella aún añora escuchar -Sí, a usted la necesito.


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